Nuestro alumno José Daniel Verdejo Romero (2º Bachillerato) ha sido el ganador de la última edición del concurso de relatos convocado por la Biblioteca. Aquí tenéis el texto completo para vuestro disfrute:
RUTINA
¿Qué hay de malo en imaginar? La monotonía de mi
absurda vida no me deja otra opción. Todos los días son lo mismo para mí.
Trabajar, comer y dormir. Podría definir así mi continua rutina sin descanso.
Quizás me lo tenga merecido, aunque no sé con certeza qué es lo que he podido
hacer mal.
A pesar de esto, a pesar de mi desgastada mente,
fruto de las horas frente a ese infernal monitor de oficina, a pesar de vivir
en una continua carrera con el tiempo, nada me impide imaginar. Soñar es mi
satisfacción, mi vía de escape, mi huida de este mundo que tanto rencor me
guarda. Los momentos en los que libero mi mente de mis quehaceres (en el metro,
mientras como, en la cama, o en el ridículo descanso de 15 minutos para el
cigarrillo) comienzo a fantasear en un mundo único, fruto de mis pensamientos,
hasta el momento en el que Chronos me recuerda que el río del tiempo fluye a velocidades
vertiginosas. Podría decirse que mi única satisfacción es la de sumergirme
todas las noches en el más profundo sopor mientras creo sin limitaciones
realidades alternativas que distan bastante de este suplicio.
No obstante, la imaginación es solo eso. No va
más allá, no puede ir más allá. ¿De qué me sirve si tengo que lidiar de igual
manera con mi penosa vida? Soy un necio hambriento que solo puede contentarse
con el delicioso aroma de un suculento alimento tan fuera de su alcance que ni
siquiera puede soñar con alcanzar. Y, sin embargo, sueño con alcanzarlo, con
engullirlo, y después buscar más.
Por esa razón despertó tanta curiosidad en mí ese
desvencijado y arcaico libro que llegó a mis manos, aún no sé cómo. El simple
título consiguió un enfoque de mi atención e interés inauditos. Nunca antes un
libro consiguió encandilarme tanto, pues mis mundos de fantasías los vivía sin
ayuda de nada. Pero este abría ante mí un universo nuevo, rebosante de maravillas
y una creatividad apabullante.
Lo terminé el mismo día de empezarlo. Fue una
lectura sin descanso, ni siquiera interrumpida al ir al baño, lectura para la
cuál tuve que llamar a mi jefe de departamento (un cretino, por cierto)
diciéndole que padecía una fiebre considerablemente alta.
Mientras leía, encontré entre las páginas del
libro una hoja de papel amarillenta cuidadosamente doblada. Parecía más antigua
incluso que el deslucido volumen. ¿Comenzaría con este papel una épica
aventura? El final del libro me dejó en un estado entre la realidad y la ilusión.
¿Sería yo el siguiente protagonista? ¿Podría escapar para siempre de este
absurdo ciclo? Tomé el trozo doblado con suma delicadeza y empecé a desdoblarlo
lentamente, aunque con ansiedad. Estaba listo para lo que estuviese escrito. Si
era algo incoherente, descifraría el enigma. Si era una importante misión, la
aceptaría por imposible que pareciese. Si era un mapa de una perdida
civilización, partiría en su búsqueda. Si era una carta extraviada, daría con
su destinatario. Todo por la ambición de otra vida distinta. De tener aventuras
y experiencias inolvidables. Estaba preparado para lo que encontrase al abrir
el papel. Fuera lo que fuese. O eso al menos creía yo.
Desdoblo el papel amarillento. Tiene el tamaño de
un folio. Y no tiene nada. Le doy la vuelta. Tampoco… Es simplemente un puto
papel amarillento.
No queda otra que la resignación. De vuelta a la
rutina.